PoeMorias de Antonio Tello

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ANTONIO TELLO, A LA LUZ DE LA POESÍA

por Jorge Rodríguez Hidalgo
poeta, traductor y amigo

            No sabemos si Antonio Tello “como la ave solitaria / con el cantar se consuela”, según aseguraba José Hernández en Martín Fierro, pero sí podemos afirmar, con Alberto Cortez, que nuestro poeta nació para cantar: o sea, nació con el canto dentro. Créanse estas palabras a pies juntillas, así como las que siguen, dudosas de no acertar a perfilar con justeza la magnitud del hombre y la obra que aquí se presentan.

            Natural de Villa Dolores, en la Córdoba argentina, Antonio Tello (1945) hubo de exiliarse a finales de 1975, unos meses antes del último golpe de Estado del siglo XX (encabezado por el general Jorge Rafael Videla) sufrido por el país sudamericano. Como si de una metáfora cruel se tratara, Tello pasó en un abrir y cerrar de ojos del umbral del verano austral de su tierra al incipiente y extranjero invierno europeo.

            De la cordobesa Río Cuarto, donde había iniciado una brillante carrera periodística y ya había visto la luz su primera obra literaria, el cuento titulado El día en que el pueblo reventó de angustia (1973), llegó a Barcelona un hombre joven, casado y con dos hijos de escasa edad. Nada le dejaron (hasta su paso por la Universidad borraron los subversores del orden establecido), salvo lo que no pudieron arrebatarle: la inteligencia y el genio imparable de un creador que se aprestaba a desarrollar una obra poética, narrativa, ensayística y periodística que hoy, más de cuarenta años después, y ya de vuelta en el terruño (2013), aún no se ha cerrado. Argentino cuyas simientes han fructificado en Barcelona durante casi cuatro décadas hasta convertirlo en un ser dual con firmamento unívoco, Tello no es ni de allá ni de aquí, porque es de aquí y de allá a la sazón, sin duda alguna.

            Antonio Tello es poeta con la sola ayuda de la palabra desnuda -inexorable fiebre que delata la enfermedad de la vida-, ha pergeñado una obra en un larvado y sólido proceso de aproximación a la totalidad de la conciencia mortal, un itinerario, vertebrado por el ineludible exilio, por las cavernas de la existencia con epifanía final: la devolución especular de la realidad de cada cual. Repetimos, Tello es poeta: un poeta que presta sus manos formalmente a la prosa, pero cuyo corazón es el estro poético.

            La poesía, propiamente dicha, es el más fiel reflejo del pensamiento y las aspiraciones de Antonio Tello. Decidido a dar a la luz editorial solo la obra de la que nunca hubiese de abjurar, rompió cuanto había escrito hasta la década de los ochenta del pasado siglo. Cuatro libros conforman lo que podría calificarse como obra poética mayor, a saber: Sílabas de arena (2004), O las estaciones (2012), Lecciones de tiempo (2015) y En la noche yerma (2019). A tan fundamentales poemarios, hemos de sumar, no como títulos menores, sino como complementarios de los anteriores, Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras apariencias (2009) y Nadadores de altura (2011). Tampoco podemos olvidar la novela corta Romance de Melisenda, así como El hijo del arquitecto y El maestro asador son, en realidad, largos poemas escritos con ritmo endecasilábico, uno de sus metros preferidos, junto con el “falso” alejandrino.

            La poesía telliana, y por ende toda su obra, no hace concesiones a los convencionalismos: viaja sola, ve sola, se “desexilia” y vuelve a exiliar sola.

De Argentina se trajo Tello el conocimiento del fuego y de Argentina se trajo también el contar (ese modo de admirar, pero también de refutar cualquier statu quo, toda imposición).

            No digamos más, escuchemos su voz. Con Cervantes y su Quijote, vale. Ea.