El poeta argentino Antonio Tello acaba de publicar En la noche yerma (Vaso Roto, 2019). Se trata del último de los poemarios que el vate de Villa Dolores (Córdoba, Argentina, 1945) concibió y escribió en Barcelona, donde vivió exiliado durante la pasada dictadura argentina.
El libro, cuya brevedad es inversamente proporcional a su profundidad poética y, si se me permite, filosófica, es, según afirma el autor, la postrera entrega de su carrera. Hay libros recomendables y hay libros necesarios. El de A. Tello es un poema-faro que, si bien no permite llegar a ninguna orilla, porque eso sólo depende de la voluntad de quien se encuentra en el mar, sí facilita la observación de cuanto se perfila en una tierra que llamaremos firme nada más que por convención. Esta obra completa, a mi entender, el ciclo poético de un poeta mayor por conocer y estudiar, aunque lejos de los superficiales ruidos políticos. Como en una ‘Capilla Sixtina’ lírica, En la noche yerma (ELNY) recibe el hálito vital directamente del dedo de Sílabas de arena, auténtico ideario y venero del estro poético de Antonio T., que hace tres lustros creó la luz de una poesía singular y vocacionalmente universal.
Dividido en treinta cantos, ELNY es en realidad un poema extenso que pretende dialogar con otros poemas de semejante tenor o ambición, especialmente el título capital del norteamericano T. S. Eliot, La tierra baldía, un fragmento del cual, perteneciente a “I. El entierro de los muertos”, figura como epígrafe de la obra. El poema de Eliot principia afirmando que “abril es el más cruel de los meses”, algo que Tello confirma en su Canto XV, donde se exclama porque “la crueldad de abril/ campea por la tierra”. Junto a la cita de Eliot, Tello incorpora unos versos del mexicano Octavio Paz. La elección de los poetas y de las citas, si nunca es baladí, en este caso lo es menos, puesto que el árbol y el bosque, empleados simbólicamente por sendos poetas en sus obras respectivas, se constituyen, a la sazón, en elementos centrales en la imaginería telliana.
Hay libros con tiempo y hay libros sin tiempo. Éste es un libro sin tiempo, a pesar de que son reconocibles algunas referencias históricas, tanto recientes como remotas, así como las deudas culturales y los arquetipos que han acondicionado, pero sin condicionarlo, el mundo creativo de nuestro poeta. Así, ELNY se vertebra en torno a dos grandes objetivos: mostrar, incluso denunciar, el paso fatuo pero criminal, anihilador, del hombre por la Tierra y hacerlo a partir de la propia peripecia vital, su extrañación, fundamentalmente, pero sin que ésta sea el alfa y omega de la obra. A este propósito, Tello sigue en cierto modo los pasos dados por el, para mí, gran aludido en el texto, el poeta maldito por antonomasia del siglo XX, el también norteamericano Ezra Pound, guía indiscutible de Eliot, quien, por cierto, le dedicó La tierra baldía, que le había corregido de arriba abajo, por ser “il miglior fabbro” (el mejor artesano). El poema ingente de Pound, estructurado en cantos, como la dantesca “Comedia” o la magna poesía leopardiana, da a Tello el horizonte que permite tender la mirada sobre el tiempo histórico sin la necesidad de definirlo o enyugarlo a experiencias absolutas.
ELNY es , pues, una meditación sobre la historia de la humanidad; una reflexión que parte del final de un principio: “sucederá que oleadas de mariposas negras/ oscurecerán los cielos y vendrá la noche”, advierten dos versos preambulares, tras los que la voz, el verbo (de eso se trata) anuncia que “un día muerto ya el poeta olvidada su advertencia/ la estrella la cruz el sable atravesarán el día…” El principio que acaba preludia las certezas terribles de un genocidio permanente, pero también la seguridad de la tierra “recobrada” (no del todo baldía, entonces) que tiene que ver con el sonido primordial (“oh el alba vocal y consonante en el origen/ en el principio del mundo del decir humano”, acaba el poema).
A imagen de los grandes poemas invocados, Tello realiza un recorrido por la historia de los hombres a través de sus principales motores y añagazas. Representa el orbe a partir de sus civilizaciones y culturas e incluso acepta el reto de mimetizar las formas en que éstas han expresado el mundo y sus fantasmagorías. Parte de la propia cuna, el molde judeocristiano, pero inmediatamente abre el guardarropa para mostrar los disfraces con que se ha vestido el mono humano (“el aullido del simio al mirar su reflejo”, dice en el Canto IX) durante su existencia. Las tres grandes religiones monoteístas, las antiguas tradiciones de la literatura mítico-épica de Babilonia y Asiria (Enuma Elis), de la Grecia homérica (La Odisea y La Ilíada) y la literatura indígena americana (Popol Vuh) de la época precolombina vierten en el crisol de ELNY noticias de sus respectivas cosmogonías. Visiones, las de los mencionados relatos, cuyo elemento común e hilo conductor en el poema de Tello es su contador, el poeta que levanta la voz para nombrar y crear, para decir y falsear (“urdir los versos más tristes”), para ser o para no ser (“el lenguaje devora/ el nombre de las cosas”). El hombre, el poeta en ciernes, ante “el estéril paisaje del tiempo por venir”, reducido al silencio después de la gritería, debe aprender la gran lección del mundo, que le llegará por medio de su música primordial, la voz libre de obediencias. Ese hombre, ese poeta, es, a su vez, el proscrito, el extranjero, el exiliado hombre y vate que firma el poema de ELNY; es el mismo que atiende a la tragedia del siglo XX y que alcanza el hoy casi huero, al que ha llegado personalmente (“cuarenta estaciones durará la noche yerma”) en sazón y pese a “la seducción de la muerte”.
La mimetización a que me acabo de referir es localizable, bien en el sentido de las ideas expresadas, bien en imágenes, incluso en la propia estructura de los versos. Encontramos alusiones a mitos como el de Prometeo o el de Sísifo; al perro de Odiseo, a quien saluda “moviendo la cola en silencio”; al pasaje de los tres velos en el Apocalipsis bíblico; al agorar pagano de los arúspices; a los esclavos rebeldes que vivían libres, pero alejados de las ciudades, en quilombos o palenques en la América colonial y criolla; a algún poeta cercano en el tiempo, aunque aludido por la parte de su obra alejada del Canto general; a su propia obra… El lector, además, podrá comprobar, en buena parte del poema, el buscado efecto poético y visual derivado de la literatura semítica y acadia (Enuma Elis), que recurre a la repetición de palabras o frases completas (véanse los Cantos XXIII y XXV, por ejemplo) o en la profusión de las aliteraciones. La gran literatura es copia, reelaboración, recreación, como la vida nueva lo es de la vida antigua, sin que, pareciéndolo, sean la misma.
Decía que la historia singular del poeta Tello se circunscribe en la gran historia de la humanidad sin obligarla a contraer débito alguno. El autor no puede desasirse de su yo (“pobres los poetas sin señor y sin nación que no/ escriban himnos y baladas de los días por venir”, advierte en el Canto XX), pero sí ponerlo en la senda de los miradores no sujetos a obediencias panorámicas (“los ojos/ con los que veo no están en mí […] no son de carne”, dice en el Canto XXIV, en clara referencia al epígrafe bíblico de Job, del poema “Intuición (IV)”, de Sílabas de arena). Así, el encargado de gestar el verbo “desde la cima avistará el/ abismo no el mar […] que lo vio crecer” y “tras él intuirá los desiertos/ las montañas los ríos futuros cómo decirlos”. El Canto XXX compendia el sentido del poema, lo poda, por así decir, y prepara un todavía posible “instante epifánico”, aquel en que “oiga/ el latido de la tierra la música de las/ cosas antes de la experiencia de la vida […] cuando sienta/ la fuerza muda de lo indecible fecundando el/ vientre de la voz […] el sonido que nombra creando abanderando/ parcelando de nuevo el mundo oh la exclamación/ alumbrando el día los extremos de la eternidad”. Y la admiración, la sorpresa del final, que es el principio, “desde las sierras azules”, que es la tierra en que el poeta fue fundado, se expresa con clamorosa exclamación: “oh el alba vocal y consonante en el origen/ en el principio del mundo del decir humano”.
«En la noche yerma» Canto XV
Texto: Jorge Rodríguez Hidalgo