
JORGE RODRÍGUEZ HIDALGO
Cada mañana, como un débito a las sombras pasadas, me interno en el oscuro bosque de mi deslavazada hemeroteca. Ejemplares de diarios y revistas principalmente literarias se amontonan y custodian el polvo de otros tiempos. Me gusta buscar en sus páginas el antecedente de lo que hoy es. Se trata de una excavación de la oscuridad con el auxilio de las primeras luces. La negrura de lo que fue es un duro mármol que no siempre se deja labrar, quizá por el prejuicio con que quien la trabaja acerca el cincel sin la esperanza o el deseo de dar con la claridad. Hace poco, hojeando y ojeando, estornudando y suspirando entre las tintas de las amarillentas hojas, un titular detuvo mis manos y mis ojos: “Un pájaro quemado vivo, un acontecimiento editorial”. Antes de entrar en el cuerpo de la noticia, me fijé en la fecha de su publicación: otoño de 1986. En la parte inferior izquierda de la portada de Páginas de literatura y ensayo. Boletín de Itaca de Información Bibliográfica, el escritor y periodista uruguayo Nelson Marra (Montevideo, 1942-Madrid, 2007) se hacía eco de la publicación en España de la novela del español de nacimiento, pero francés de acogida, Agustín Gómez Arcos (Enix, Almería, 1933-París, 1998). En el interior, una clarificadora entrevista precedida por el titular: “Gómez-Arcos: escritor libre en lengua extraña”.
¿Gómez Arcos?, me pregunté. ¿Es el mismo Gómez Arcos de quien me había hablado no ha mucho el gran pintor y grabador Miguel Condé?, quise saber. Pero anticipándose a la satisfacción de mi curiosidad, otra pregunta me asaltó: ¿es libre quien huye y busca refugio en una lengua de adopción? Tras la lectura de unos esbozos biográficos, la ansiedad por conocer a un hombre con una trayectoria biobibliográfica tan particular se apoderó de mí y me eché a la calle en pos de sus obras. En coherencia con los primeros datos conocidos de su perfil (“escritor fantasma”, le llamaba la prensa franquista), la escasamente dotada biblioteca de mi localidad carecía de títulos de este autor. En las librerías de la comarca tampoco me fue mejor. Continué las pesquisas a través de internet. ¡Por fin! La editorial Cabaret Voltaire, como si de un albacea testamentario se tratase, ha publicado en español una buena parte de las catorce novelas que escribió y publicó en francés Gómez Arcos durante el período 1975-1995 (el legado impreso hasta la fecha se completa con tres textos narrativos editados por sendas editoriales). La obra dramática del parisino-almeriense, que consta de diecisiete piezas, permanece casi toda ella inédita y, con apenas dos o tres excepciones, sin estrenar, a causa de la censura, pese a que antes de su voluntaria expatriación –voluntaria, al menos, de forma oficial- había sido galardonado con algunos premios, como por ejemplo y por partida doble, el prestigioso Premio Nacional Lope de Vega de Teatro (Diálogos de la herejía, 1962; Queridos míos, es preciso contaros ciertas cosas, 1966), cuya constancia, por cierto, fue borrada de las listas de premiados. Si bien la censura obligó a revocar la concesión de los reconocimientos, nadie ha movido un dedo en tiempos de convencional democracia para resarcir al agraviado y restituir el derecho conculcado. Del valor de la memoria en la producción y en la vida de Gómez Arcos como venero literario ineludible haré mención en lo que sigue, que será empezar por el principio, que, si en gran parte de los escritores es la poesía como primerizo y provisional campo de experimentación, en nuestro autor se revela, y no por más breve con menor intensidad, como capital referencia, alfa y omega, de su voz escrituraria.
Nacido en el seno de una família andaluza sin posibles, Arcos descubrió en la etapa de escolarización, con la fundamental guía en el Instituto de la catedrática ilerdense Celia Viñas, su vocación de escritor a la par que despertó a la conciencia política, que no podía ser otra que la asunción de la división clasista de la sociedad. Tras completar la enseñanza media en Almería, inició en Barcelona, adonde había emigrado su família, estudios universitarios de filosofia, primero, y de derecho, después, que abandó inconclusos para dedicarse por entero al teatro en todas sus facetas. En el ínterin, el estudiante en retirada mostró, al transmutarse, al poeta que enderezaba sus pasos. No se vea en ello mudanza alguna, sino el señalamiento de la sensibilidad y la forma de mirar que informarán el conjunto de su obra. En Madrid, escribió, dirigió, interpretó teatro. A la sazón, como antes en Barcelona, vivió, malvivió, escribió, denunció en poesía, lloró en poesía, temió en poesía, pero defendió, objetó, reveló y se rebeló en poesía, amó en poesía y con la poesía (“Con pluma y tinta digo/ lo que siento”). Parecía tener prisa o necesitar un ritmo diferente del tiempo. Entre 1954 y 1956, la poesía de Gómez Arcos entró en erupción. La lava poética formó los ríos A Celia Viñas (1954), Ocasión de paganismo (1956) y Pájaros de ausencia (1956). Las poesías completas cuentan además con la aportación de poemas esporádicos anteriores y posteriores a esas fechas. El conjunto apenas supera el centenar de páginas; sin embargo, como veremos después, el arte poética de Arcos, de una hondura y una intensidad parangonables con los mejores vates de su tiempo, se halla presente por igual en su narrativa y en su dramaturgia, incluso formalmente. Encontramos un magnífico botón de muestra en el poema con que finaliza su segunda novela, María República (“Dejémosles, pues, hablar de la vida./ Es el más hermoso sujeto/ de conversación/ que pueden tenir los hombres entre ellos”).
El único poemario que editó en vida, Ocasión de paganismo, vio la luz en Barcelona y, como el título indica, fue ocasión para afirmar su albedrío en una sociedad aherrojada [“Desiste, corazón. Pongo mi veto./ Contra tu sola voz pongo mi sorda,/ ciega, muda presencia/ de hombre. (Ya lo ves, corazón:/ sólo de hombre.)/ Contra tu grito único,/ tu repetido y glandulado grito,/ me opongo yo, este hombre.]; también para celebrar el amor pagano y airear su homosexualidad con una pretendida naturalidad que solamente le granjeó incomprensiones, enemistades, maledicencias y el acoso permanente y asfixiante de la censura, lo que a la postre le obligaría a buscar la libertad allende las fronteras ibéricas. La poesía de Agustín, cual expedito heraldo, ponía las bases de una narrativa y una dramaturgia posteriores caracterizadas por la causticidad y el lirismo desgarrado sin solución de continuidad, todo ello aderezado por la libérrima expresión de un hombre sólida, irrenunciable y sobre todo íntimamente libre y demostradamente valeroso. La buscada transgresión, tanto social como moral, no bastaría, empero, para ser adscrito ni a las filas de los autores llamados sociales ni a la de los que por su fecha de nacimiento le hubiera correspondido, la de la Generación del 50. No en vano, ese solitario libro de poemas lleva por epígrafe un verso del soneto titulado “Rebelde”, de la uruguaya Juana de Ibarbourou: “Caronte, yo seré un escándalo en tu barca”. Agustín Gómez Arcos fue un escándalo, en efecto, pero apenas en los reducidos círculos de las altas instancias. Marginado por el oficialismo por toda respuesta a sus invectivas literarias, cuando tras pasar por Londres llegó a París no se le podía considerar “ni un emigrante ni un exiliado”, pero era ambas cosas a la vez (“Muchas veces la fatiga abre el camino del exilio”, escribió en Mil y un Mesías, en 1966, última obra fechada en España). A la capital francesa llegó con un libro de poemas inédito, Pájaros de ausencia, escrito de forma casi simultánea con el anterior. En la Ciudad de la Luz, Gómez Arcos dejó de escribir la narrativa y el teatro en español y adoptó el francés como lengua de liberación (“expresarme en castellano significaba continuar teniendo los mismos problemas que había tenido en España, pero en un sitio más difícil: la emigración, el exilio, llámese como quiera”). No abandonó la poesía, pero consagró su escritura a la prosa, medio por el cual canalizó el principal interés vital de un hombre que nunca se integró “a la cultura francesa” ni rompió “definitivamente con la cultura española”: el flujo de la memoria (“la novela es la historia misma de la memoria”). La suya era, decía Arcos, una “literatura en lengua francesa pero profundamente española en su contenido”. En opinión del catedrático y estudioso de su obra José Jesús Bustos Tovar, se trataba de una dualidad lingüístico-literaria. El medido lenguaje cedió ante el empuje de la contestación política (“lo mío es un cabreo constante”, llegó a confesar en una entrevista para el diario Ideal de Almería en los años noventa). Gómez Arcos se sentía libre en esa lengua que cada vez le era menos extraña. Aseguraba que desde el punto de vista novelístico, la cultura francesa le había enseñado “a prescindir de lo superfluo. Es el desafío que uno tiene cuando uno escribe en otra lengua y en el extranjero. Se debe prescindir de los coloquialismos, de los localismos. Quedarse sólo en lo esencial. Darse cuenta que uno se dirige a un público muy amplio”. Cuando vio la luz su primera novela en francés, aseguró a Nelson Marra, “supe, en aquel momento, que nunca más ningún español funcionario de algún ministerio, secretario de alguna institución, encargado de alguna censura, podría prohibir un libro mío. En ese momento supe lo que era la libertad. Esa libertad me la dio otra lengua. No porque mi lengua de nacimiento no fuera una lengua libre, sino porque yo jamás había sido un escritor libre en mi propia lengua”.
La poética gomezarquiana se internó entonces en los caminos sociales y políticos que ya no transitaba la mayoría de los poetas coetáneos. Con el compromiso político y la recién estrenada libertad de expresión (“Olvida la razón. De nada vale/ ser razonable cuando el Otro es fuerte”), la poesía, que sí escribía en castellano, perdió vuelo literario (“se levanta la veda/ del cura y de la monja,/ del militar y el carca,/ del fascista y del rico”), pero se convirtió en la principal inspiradora de los temas que abordará posteriormente su narrativa (“En tu puño está el odio: levántalo/ y enséñalo/ como el perro los dientes”).
De acuerdo con Francisco García-Quiñonero Fernández, introductor y recopilador de la poesía completa de Gómez Arcos, nos encontramos ante una “literatura de rebelión, del desacato, de la subversión en lo político. Lírica del rencor, el odio, la venganza en lo personal”. Pero también del amor, cabe decir, y de la justicia personal, la bondad que desprendía desde el mismo acto de la rememoración. Hombre agradecido, en “Canción a la maestra”, Agustín Gómez Arcos recordaba a la profesora en el doloroso momento de emprender el camino de la vida en soledad: “Sí, qué sencillo parece todo ahora/ cuando no te conozco, ni te veo,/ ni sufro tu presencia –tu amorosa presencia/ de luz inimitable, de cántico suave-./ Qué sencillo parece todo ahora,/ en este momento mismo en que cruzo la calle/ en busca de mi turno,/ para unirme sin dilación ni pena/ a la marcha brutal de la vida.” Y en la “Elegía a la muerte de Celia Viñas” ofrece toda una lección de generosidad y de conmovedora esperanza: “Yo soy aquel que clama y mi voz es desierta./ Aquí expongo mis manos para que las cortéis./ Arrancadme la lengua./ Ardedme en sal./ Convertidme en ceniza./ El grito es siempre grito mientras el cielo escuche”.
El poeta Agustín Gómez Arcos, el novelista Agustín Gómez Arcos, el dramaturgo Agustín Gómez Arcos, el actor, el director Agustín Gómez Arcos, el fregaplatos, el camarero Agustín Gómez Arcos, el estudiante, el niño Agustín Gómez Arcos, el hombre libre, el imposible aprisionado, el indómito, el solitario Agustín Gómez Arcos (“¡Qué soledad la tuya con tu muerte!”) fue un confeso admirador de Luis Buñuel, otro pan de tahona bucólica para las hambres galas. De él decía que habían tenido “un recorrido vital muy similar, muy paralelo. Él también nació en un pueblo muy pequeñito de España y ha acabado haciendo la mayor parte de su obra en países extranjeros. Él también, en otra medida, fue un artista marginado de la cultura española. Y, además, creo que ambos tenemos el mismo sentido del esperpento y vemos las cosas con esa distancia que dan las fronteras. Tenemos, en definitiva, una memoria similar”.
Vida tan equiparable al cineasta de Calanda como al periodista y escritor Nelson Marra que le realizó la entrevista para Páginas de literatura y ensayo. El uruguayo hubo de exiliarse bajo la dictadura de Juan María Bordaberry tras ser premiado su cuento titulado “El guardaespaldas”, galardón que lo llevó a la cárcel durante cinco años. Marra murió en Madrid y Gómez Arcos en París, ambos a los 65 años, ambos en tierra extraña, ambos en sus conquistadas tierras, en sus liberadoras y germinadoras tierras de hombres valientes, únicos, libres. Ambos, poco más que recuerdos de unos cuantos, ni del olvido siquiera son objeto, sino de la ignorancia completa carne son para los más. Gómez Arcos, el teatro de la vida, el drama de la historia, la poesía, la poesía, la sangre de la poesía. Gómez Arcos. Poeta.